Valentina & Juan Felipe

Antes de encontrarnos,
Dios ya hilaba silencios y promesas.

Primero fue Él,
y en Su ternura, nos fue tejiendo,

nos pensó despacio,
entre la fe y el tiempo,
y en el hilo de Su amor
nos unió sin que lo supiéramos.

​

Fue así como un diciembre,

el cielo se volvió cómplice

el amor pronunció nuestros nombres,

y entre miradas comprendimos
que el amor no se busca, se revela.

​

No fue casualidad, fue propósito.

Un amor que no llega a ocupar espacio,

sino a darle sentido.

Y de aquel soplo divino brotó el tiempo de los dos.

 

La risa, la entrega, el gozo de sabernos,

la cotidiana maravilla de reconocernos en el otro.

Allí comenzó el camino, no ya promesa,

sino morada.

​

De Su mano hemos andado,

besando las luces y las sombras del otro,

esas que el tiempo, en su artesano pulso, va desvelando.

​

No fue un correr a siegas, 

no fue prisa, ni ceguera,

sino la marcha auténtica de dos almas que se recuerdan,

porque Dios fue antes del encuentro,

y en Su verbo late la eternidad.

 

Entre el caos y la armonía,
entre la herida y la oración,
sin miedo ardemos todavía.
Pues no es tibio el amor que Dios consagra,
sino hondo y vivo,
fuego que no destruye,
sino que purifica y sostiene.

 

Con la certeza innegable

de lo que nace del cielo,

nos elegimos sin pregunta,

reconociendo en lo nuestro

la evidencia silenciosa

de un amor que sólo puede venir de Él.